Hay dos ideas contrapuestas que circulan sobre las migraciones. Por un lado, nos enorgullece que la Argentina siempre haya sido un país de brazos abiertos. Por el otro, creemos que los/as migrantes explican los problemas de la Argentina.
Por: Manuela Hoya.
La primera se funda en dos hechos elocuentes: UNO. En 1812, durante el Primer Triunvirato, se firmó un decreto por el que se creó la Comisión de Inmigración orientada al fomento y acogida en nuestro país “a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”. DOS. La Constitución Nacional de 1853 estableció que “los extranjeros gozan en el territorio de la Confederación de todos los derechos civiles del ciudadano….” al tiempo que definió que “el gobierno Federal fomentará la inmigración europea“.

Esta apertura convivió con dos restricciones: a la migración de origen no europeo y a los europeos con ideologías de izquierda. Para este segundo grupo, a comienzos del siglo XX, se sancionó la Ley de Residencia y la Ley de Defensa Social que permitían expulsar a quienes atentaran contra el orden público. Esta tradición tuvo continuidad con la Ley Videla (1981) que permitió la expulsión por irregularidad migratoria, habilitó la detención sin orden judicial y facultó a la policía auxiliar a hacer requisas ante la simple sospecha de irregularidad documentaria. De esta forma, si el migrante afectaba la paz social, la seguridad nacional o el orden público: AFUERA.
Esta misma concepción se desplegó durante el gobierno de Mauricio Macri y en 2017 se sancionó el Decreto 70 que aceleró los trámites de expulsión, reduciendo las garantías procesales. En todos estos casos, imperó la imprecisión sobre las causales de expulsión (¿qué es alterar la paz social?) garantizando la discrecionalidad al momento de ejecutarla. Apertura y persecución como dos caras de una misma moneda.
Más allá de estas normativas, en Argentina saben orquestarse espasmos racistas y xenófobos que, en tiempos de crisis, se recrudecen. Cuando el hambre abunda y la desigualdad alcanza grados mortíferos, la disputa entre quienes no tienen parte se agudiza. El caso de Marcelina Meneses y su hijo Joshua Torres, arrojados a la vía del tren Roca al grito de “boliviana de mierda” en el 2001, es el más lamentable y elocuente ejemplo de esto. Segunda idea: el problema son los migrantes.
Si se atiende a las estadísticas, se observa que sólo el 5% de la población nació en otro país. Pero, por momentos, esta minoría se magnifica y se constituye en el blanco que explica todos nuestros males. Este argumento, en verdad, no le apunta a la inmigración en general sino a aquella que está racializada y a la que se hace sentir con su tonadita, su guaraní, su color de piel y la wiphala. Entonces lo que funciona mal, funciona mal por los/as extranjeros/as. Sin dudas, las cosas no van bien para la mayoría. Tampoco para quienes emigraron. Llegaron con otras expectativas y ya nadie sueña con mandar remesas porque, en el mejor de los casos, el trabajo alcanza para pelear la diaria.
Aquí, lo curioso de la incriminación a la población migrante es que, por un lado, persiste en buscar la solución expoliando a quienes tienen cada vez menos y ya no dan más. Además, el persistente mito de que “vienen a robarnos la educación, la salud, el trabajo, etcétera” invisibiliza, oportunamente, todo lo que esta población le da a nuestra economía. Se ocupan, principalmente, en la construcción y el comercio, así como en el trabajo doméstico y la producción hortícola. Nos cuidan, nos alimentan. Finalmente, este argumento borronea nuestra historia y que buena parte de nuestra gente es descendiente de inmigrantes. Inmigrantes que llegaron muertos de hambre, aterrados de las guerras imperialistas y atravesados por los debates que abrió la Ilustración, desde la república al comunismo. Es por eso que el apellido más popular en Argentina es González y que en muchos puntos de esta geografía cualquiera encuentra una Sociedad de Socorros Mutuos, un panteón en el Cementerio, un hospital, una escuela, un teatro italiano, español, francés, alemán, árabe.
La estabilidad keynesiana de la segunda posguerra frenó la migración y las corrientes regionales se incrementaron sensiblemente sin nunca alcanzar las proporciones de las oleadas europeas (en 1914 representaban un tercio de la población). Por eso, desde la década de 1970, las migraciones latinoamericanas comenzaron a desplazar a las extracontinentales. Sin embargo, se toparon con serias dificultades para regularizar su situación en el país. Cada tanto, una amnistía otorgaba identidad pero Argentina carecía de una política sistemática y ordenada para garantizar este derecho humano. Fue en 2003 cuando, gracias a la decisión política de Néstor Kirchner, se sancionó la ley de Migraciones vigente hasta hoy. Desde entonces, se concibe que migrantes y nativos/as tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones, se busca identificar a todos los que ingresan a nuestro territorio, reunificar a las familias y asumir que un problema administrativo-burocrático para tramitar la residencia no puede ser un delito. Esta ley es ejemplo en la región y el mundo, cuyas premisas y fundamentos fueron retomados por organismos internacionales y es nuestra. Sin embargo, en la disputa electoral se ha convertido en uno de los principales blancos de ataque de Juntos por el Cambio y la Libertad Avanza. Paradójicamente, estos verdugos de la Ley de Migraciones acumulan apoyo entre algunos migrantes cuando se trata de la norma que les ha permitido vivir acá con regularidad y de una forma en la que no podían hacerlo en sus países.
Ahora, cuando varios gobiernos de Occidente giran hacia políticas racistas, restrictivas y persecutorias de la migración, en Argentina parece abrirse la puerta a este debate. Se trata de argumentos fundados en la austeridad y la crueldad que expresan la obstinación de no querer ver que los desplazamientos humanos son lo más humano que existe. Es un fenómeno irrefrenable: la gente se mueve. Gracias Dios.
Por eso, en un mundo tan hostil, en un tiempo de catástrofes y de guerras, mantener las puertas abiertas es una decisión política coherente con nuestra tradición justicialista; es prescriptiva con los demás países y es una invitación a la reciprocidad, a que allá traten a los/as nuestros/as como nosotros/as tratamos a todos/as acá; pero fundamentalmente es una obligación moral, la de poner la vida en el centro, la de combatir el descarte, la de cuidar a quien quiera vivir en esta tierra de oportunidades.
Eligen vivir en esta Patria, en esta Provincia, porque aún en las malas sigue siendo la mejor opción. El domingo elegimos todos. Elegí para adelante, derecho al futuro.
Manuela Hoya, Directora de Migraciones Internacionales de la Provincia de Buenos Aires
Nota publicada en Ámbito el 20 de octubre de 2023. https://www.ambito.com/opiniones/las-migraciones-que-controversia-n5851018
Descubre más desde INFOCOLECTIVIDADES
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
