El icónico dibujo de Pablo Picasso, nacido en 1949 para un congreso pacifista en París, se convirtió en un emblema universal de la no violencia, trascendiendo el arte para encarnar la lucha contra el conflicto nuclear y la división global en la posguerra. Su historia, marcada por la visión de un artista comprometido y la necesidad de un mundo en paz, resuena aún hoy como un llamado a la reconciliación.

El 20 de abril de 1949, un evento trascendental se gestaba en la Ciudad de la Luz: el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, en París. En un contexto de profunda tensión, apenas cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y con la incipiente Guerra Fría delineando un nuevo mapa geopolítico, la necesidad de un símbolo que uniera a la humanidad bajo la bandera de la paz era palpable. Fue entonces cuando Pablo Picasso, el genio malagueño cuya obra ya había revolucionado el arte del siglo XX, entregó un sencillo pero potente dibujo que cambiaría la historia de la iconografía pacifista: una paloma blanca sobre un fondo oscuro, con trazos minimalistas que maximizaban su mensaje.

La elección de esta imagen no fue casual. Louis Aragon, poeta y figura clave en la organización del congreso, fue quien seleccionó esta litografía entre varios bocetos que Picasso le presentó. La paloma, un símbolo ancestral de paz, pureza y esperanza, adquiría en las manos de Picasso una renovada urgencia. El propio artista, que se había adscrito al Partido Comunista Francés y era un declarado pacifista, veía en su arte una herramienta para la transformación social. Se dice que el propio Picasso afirmó que quería que la obra trascendiera barreras culturales y lingüísticas, comunicando el mensaje de paz a todas las personas. Sobre el estilo minimalista, se le atribuye la idea de que «las verdades más profundas se expresan mejor con la menor cantidad de adornos», buscando eliminar las distracciones y dejar solo la esencia del mensaje. La paloma, además, tenía un significado personal para él, habiendo convivido con ellas desde la infancia, y una que lo inspiró fue un regalo de Henri Matisse, quien le obsequió una paloma que el malagueño crio en su estudio.

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El Congreso y Su Impacto Global

El Congreso Mundial de Partidarios de la Paz de 1949 fue organizado por el recién formado Consejo Mundial de la Paz (CMP). Más de dos mil delegados de 72 naciones se congregaron, incluyendo a figuras de la talla del físico y Premio Nobel Frédéric Joliot-Curie (primer presidente del CMP), el propio Picasso, los escritores Pablo Neruda y Louis Aragon, así como líderes obreros, campesinos, religiosos y representantes de movimientos de mujeres y jóvenes.

La declaración final del congreso, más que una simple proclama, fue una resolución contundente y un enérgico manifiesto contra la guerra y a favor de la cooperación internacional. Los puntos clave de esta resolución incluyeron:

• Denuncia de la carrera armamentista: Expresaron su profunda preocupación por el aumento de las armas y la preparación para la guerra.
• Condena de la propaganda bélica: Se opusieron a cualquier forma de incitación al odio y a la guerra.
• Defensa de la soberanía de los pueblos: Abogaron por el respeto a la autodeterminación de las naciones, rechazando la intervención extranjera.
• Reafirmación del rol de la ONU en la defensa de la paz: Aunque con críticas a su desempeño, se buscó fortalecer el papel de las Naciones Unidas como foro para la resolución de conflictos.
• Llamado a la cooperación internacional: Promovieron lazos de amistad y colaboración entre los países, como vía para evitar futuros enfrentamientos.
• Participación de mujeres y jóvenes: Se reconoció y alentó el papel activo de estos grupos en la construcción de la paz.
• Defensa de la cultura: Se subrayó la importancia de la cultura como un vehículo para la comprensión y la paz entre los pueblos.
• Condena a las guerras coloniales: Se manifestó un rechazo a la opresión y los conflictos derivados del colonialismo.
• Protesta contra la bomba atómica: Hubo un fuerte énfasis en la eliminación de las armas nucleares, una preocupación que luego se formalizaría en el histórico «Llamamiento de Estocolmo» de 1950.

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La Paloma Vuela Alto

La «Paloma de la Paz» no se limitó a ser un mero emblema de un evento. Su impacto fue inmediato y duradero. Líderes de movimientos pacifistas la invocaron constantemente en sus discursos y documentos. Pablo Neruda, por ejemplo, dos años después del congreso, en Varsovia, proclamaría que la paloma «vuela sobre los monumentos y las ciudades, se queda pegada a todos los muros de todas las ciudades del mundo con el mensaje de la paz que el maestro Picasso envió con ella a todas partes». Este testimonio resalta la rápida propagación y el reconocimiento global del símbolo.

En las décadas siguientes, especialmente durante los movimientos contra la Guerra de Vietnam y por el desarme nuclear en los años 60 y 70, la imagen de la paloma de Picasso fue omnipresente. Aunque no siempre se le citara directamente, su diseño influyó profundamente en la iconografía de la música de protesta y el arte activista, apareciendo en carteles, murales y banderas de todo el mundo. Su simplicidad y universalidad la convirtieron en un lenguaje visual para la no violencia, la coexistencia pacífica y el desarme, resonando con artistas y líderes que buscaban un futuro sin conflictos.

Hoy, la «Paloma de la Paz» de Picasso, al ser una litografía con múltiples impresiones, se encuentra en diversas colecciones de arte y museos alrededor del mundo, incluyendo el Museo Casa Natal Picasso en Málaga. Sin embargo, su verdadera ubicación trasciende las paredes de un museo: reside en el imaginario colectivo como un recordatorio perenne de que, incluso en los momentos más oscuros, la esperanza de la paz puede alzarse en vuelo.