La historia de Nicolás y Fernando, dos argentinos, expone la cruda realidad de la persecución migratoria y las condiciones de detención, con relatos que conmueven y denuncian un sistema implacable.
La situación de los inmigrantes en Estados Unidos y otros países occidentales ha vuelto a encender las alarmas, revelando un panorama de persecución migratoria y condiciones de detención alarmantes. Las historias de Nicolás y Fernando Artese, dos ciudadanos argentinos, ponen de manifiesto la crudeza de un sistema que, lejos de diferenciar entre criminales y trabajadores indocumentados, somete a estos últimos a procesos de deportación y encierros deshumanizantes.

Nicolás, un joven argentino que buscaba un cambio de vida y mejores oportunidades económicas, vivió en EE. UU. durante un año y medio antes de ser detenido y deportado. Partió de Argentina en noviembre de 2023, consciente de que viviría de forma ilegal con una visa de turista, pero impulsado por la esperanza de un futuro mejor. Encontró trabajo rápidamente en jardinería, limpieza de piscinas y como instructor en gimnasios, todo pagado en efectivo. Sin embargo, su sueño se truncó el 22 de marzo, cuando fue detenido por manejar sin licencia en Orlando. Lo que pensó sería una simple multa, se convirtió en una pesadilla de 82 días de detención. «Pasé por una cárcel y varios centros de detención de inmigrantes de máxima seguridad», relató. Las condiciones eran deplorables: en Krome, Miami, estuvo en una celda de 8×3 metros con 40 personas, durmiendo en el suelo sin sábanas ni colchón, y sin poder bañarse por días. Describió el frío extremo en la «hielera» y la incertidumbre constante sobre su destino. Si bien Nicolás no se opone a las deportaciones de criminales, critica el proceso actual, calificado de «demasiado largo y cruel», que afecta a trabajadores y padres de familia, a diferencia de las deportaciones de criminales que ocurrían en administraciones anteriores.
Por otro lado, la vida de Fernando Artese, un emprendedor argentino de 63 años, también tomó un giro dramático. Dejó su vidriería y marquetería en Argentina en 2001, huyendo de la crisis del «corralito». Se reinventó en España, donde vivió 15 años y prosperó con una empresa de reformas, hasta que la crisis inmobiliaria de 2008-2012 lo obligó a buscar nuevos horizontes. Llegó a EE. UU. con pasaporte italiano, pero sin la información adecuada sobre las limitaciones del programa de extensión de visado (ESTA) para cambiar su estatus migratorio. Intentó regularizarse, pero no encontró opciones legales. Fue detenido por el ICE el 25 de junio por no tener licencia de conducir y una multa de tráfico previa. Tras dos días en una cárcel local, fue transferido al ICE. Fernando relata estar detenido en una celda colectiva, que describe como una «jaula» hecha de alambre de gallinero, junto a 300-400 personas, divididas en grupos de 32. La falta de acceso a abogados y la ausencia de registros públicos dificultan la ayuda legal. Además, denunció la presencia de casos de COVID-19 dentro de las instalaciones sin aislamiento ni mascarillas.

Ambas narrativas subrayan un miedo generalizado en la comunidad inmigrante, donde las redadas y la búsqueda de personas por su apariencia física han provocado que muchos teman salir a la calle, ir a la escuela o buscar atención médica. Las experiencias de Nicolás y Fernando Artese no son aisladas; representan el drama humano que viven cientos de miles de personas. Como señaló el periodista Ernesto Tenembaum, la historia de Nicolás es «representativa de lo que viven cientos de miles de personas en Estados Unidos, donde fuerzas policiales están destinadas a ‘cazar’ a inmigrantes que no han cometido delitos, tratándolos de manera ‘estremecedora y aterradora'».
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